Había una vez en orden, una ciudad, un puente blanco y una noche de lluvia. De un lado del puente avanzaba un hombre con paraguas y casaca. Del otro lado, una mujer con casaca y paraguas. Exactamente en el centro del puente, ahí donde los dos leones de piedra se miraban a la cara desde hacia ciento cincuenta años, mirándose a la vez se pararon, el hombre y la mujer. Luego el hombre hablo.
-Gentil señorita, aun así no la conozca, me permito estas palabras para señalarle una extraña coincidencia y es que en este mes, si no me equivoco, es la quinceava vez que nos encontramos, exactamente en este lugar.
-No se equivoca amable señor. Hoy es la quinceava vez.
-Me permita, además,hacerle notar que cada vez tenemos, bajo el brazo, un libro del mismo autor
-Sí, me he dado cuenta: es mi autor preferido y también el suyo, presumo
-Así es. Además si me permite, cada vez que usted me ve, se ruboriza violentamente y por alguna extraña coincidencia me sucede lo mismo.
-Yo también había notado esta bizarría. Podría agregar que usted esboza una ligera sonrisa y, sorprendentemente yo también lo hago.
-Es realmente increíble: además, cada vez tengo la impresión que mi corazón lata con más fuerza
-Es realmente singular señor, para mí también es así, y además, me tiemblan las manos
-Son realmente una serie de coincidencias fuera de lo común. Agregare que, después de encontrarla, por algunas oras me acompaña una sensación extraña y placentera
-Tal vez la sensación de haber perdido peso, de caminar en una nube y de ver las cosas con un color más vivo?
-Usted ha descrito a la perfección mi estado de ánimo. Y con este estado de ánimo, me pongo a fantasear…
-Otra coincidencia! Yo también sueño que usted está a un paso de mí, justo en este punto del puente y coge mis manos entre las suyas…
-Exactamente. En ese preciso momento desde el rio se escucha la sirena del ese bote, el que llaman “el bote del amor”
-Vuestra fantasía es increíblemente igual a la mía! En la mía, después de aquel melancólico sonido, no sé porque, apoyo la cabeza en su hombro.
-Y yo le acaricio los cabellos. Mientras lo hago se me cae el paraguas. Me agacho a recogerlo, usted también y…
-Y encontrándonos improvisamente cara a cara nos damos un largo beso apasionado, mientras tanto pasa un hombre en bicicleta y dice…
-Suerte la vuestra, suerte la vuestra.
Se quedaron callados, los ojos del señor brillaron, lo mismo hicieron los de la señorita. A la lejanía se escuchaba la melancólica sirena de un bote que se acercaba.
Luego le dijo:
-Yo creo, señorita, que una serie de impresionantes casualidades como estas no sea aleatorio
-También yo lo creo
-Quiero decir, aquí no se trata de un detalle pero de una larguísima secuencia de detalles. La razón puede ser una sola
-Claro, no puede haber otras
-La razón es – dijo el hombre suspirando, - que hay en la vida secuencias bizarras, misteriosas consonancias, signos reveladores de los cuales solo acariciamos el significado pero no poseemos la llave.
-Así es – suspiro la señorita – uno tendría que ser médium o adivino o tal vez cultor de alguna disciplina esotérica para poder explicar los extraños casos del destino que, cotidianamente, hacen eco en nuestra vida.
-Sea cual sea el caso, lo que nos ha sucedido ha sido realmente singular
-Una serie de impresionantes coincidencias, imposible negarlo
-Tal vez algún día existirá una ciencia capaz de descifrar todo esto. Por ahora me disculpo por la molestia
-Ninguna molestia, es más, ha sido un placer
-Me despido gentil señorita
-Me despido amable señor
Y se fueron a buen paso, cada uno por su camino.