Se podrían contar cosas hermosas, delicadas y amables de mi infancia, de mi seguridad junto a los padres, del amor filial y de la vida apacible, caprichosa en aquel ambiente suave, cariñoso y diáfano. Pero solo me interesan los pasos que di en la vida para llegar a mí mismo. Todos los bellos momentos de reposo, los islotes de felicidad y los paraísos cuyo encanto conocí quedan en la lejanía resplandeciente y no deseo volver a pisarlos.
Por eso, al evocar mi juventud, hablaré solo de lo nuevo que me salió al encuentro, impulsándome hacia adelante y dessaraigándome.
Las acometidas vinieron una y otra vez del "otro mundo", y siempre trajeron consigo miedo, violencia y remordimiento. Siempre fueron turbulentas y pusieron en peligro la paz en que yo hubiera querido vivir constantemente.
(...) Yo hice como todos. Llevé la doble vida del niño que ya no es un niño. (...)
Todos los hombres pasan por estas dificultades. Para el hombre medio es éste el punto en que las exigencias de su propia vida entran en colisión dramática con las circunstancias, el punto en que tiene que luchar más duramente por alcanzar el camino que conduce hacia adelante. Muchos viven tal morir y renacer, que es nuestro destino, solo en ese momento de su vida en que el mundo infantil se resquebraja y se derrumba lentamente, cuando todo lo que amamos nos abandona y, de pronto, sentimos la soledad y la frialdad mortal del universo que nos rodea.
Muchos se estrellan para siempre en este escollo y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuperable, al sueño del paraíso perdido, que es el peor y el más nefasto de todos los sueños.